Son las cuatro de la tarde de un sábado invernal y en el barrio de La Pintana, como en todo Santiago, llueve a mares. En los talleres contiguos al Centro Ceremonial Mapuche, siete mujeres se reúnen en una casa de estructura de latón, en torno a la llama del gas del taller de orfebrería, sin fallar a su cita para aprender a soldar.
Las acompaña el maestro soldador que supervisa el trabajo, tremendamente personal, de cada una de ellas: cada pieza cuenta la historia de sus familias, de sus raíces, de sus orígenes. La soldadura es la herramienta para expresar su propia biografía escrita, literalmente, en joyas de plata.
Todas ellas amas de casa, comparten una triple discriminación en Chile: ser mujeres, mapuches y vivir en un barrio humilde. Las mujeres intercambian con confianza trucos sobre cómo utilizar los elementos químicos, cómo manejar la soldadura, tazas de té, pastel de limón, confesiones y frustraciones.
El desafío de las orfebres femeninas
Les une la valentía de formarse como orfebres (reträfes en mapudungún), una profesión que los mapuches han considerado netamente masculina.
“Hoy todavía sigue ese legado de machismo”, explica Gloria Punoi Curin, la dirigenta a cargo de coordinar la actividad.
Esto empezó por el temor a que se perdiera
“Que una mujer llegue a ser reträfe” todavía llama la atención.
“Cuando llegué al taller y toqué el metal por primera vez, sabía que esto era lo mío”, afirma Gloria, con los ojos brillantes, casi con un destello metálico, ratificando su destino.
“Esto empezó por el temor a que se perdiera”, explica, afirmando que ha sido difícil para ella defender su legado porque entre siete hermanos es la única que sigue las tradiciones mapuches.
Su madre padeció la vergüenza de otras épocas, en las que pertenecer a un pueblo originario era algo que se trataba de esconder.
“Pero yo tengo esa sabiduría, poder decir que nací en el Walmapu (territorios mapuches), que mis primeras músicas fueron el canto de las aves y tenía el río que me hablaba y me decía que no podía ir contra su cauce”, afirma Punoi, orgullosa.
En Chile existen diez pueblos originarios, pero el más conocido y mayoritario es el pueblo mapuche, los primeros habitantes de esos territorios que protagonizaron episodios de feroz resistencia a la corona hispánica que se vio obligada a reconocerles cierta autonomía que perdieron en la, para muchos mal llamada, “pacificación” de la Araucanía frente al Estado chileno en 1891.
Actualmente, aproximadamente el 10% de la población chilena (1.800.000) se reconoce mapuche, según el último censo de 2017.
La división de tierras que les fueron arrebatadas contribuyó a su desintegración social y política y la consiguiente migración de muchos de ellos a ciudades, con procesos de transculturación.
Su cosmovisión está muy asociada a la naturaleza y los antepasados. En pocos casos como en los mapuches se ve con tanta claridad que “su identidad, su ser (inseparable de las condiciones de vida de la tierra (mapu), los animales, la naturaleza) se liga hasta confundirse con lo sagrado”, afirma el autor especializado en historia mapuche Rolf Foerster.
Joyas de ceremonias y cotidianas
En la orfebrería mapuche hay joyas para hombres y para mujeres, diferenciadas, como hay joyas de ceremonias y otras que pueden usarse todas las días. Las joyas y sus colores esconden un mensaje que pasa desapercibido a los que no conocen sus códigos, muchas veces entre los propios mapuches.
Gloria muestra el adorno que portan muchas mujeres en sus cabezas durante ceremonias y rogativas: el trarilongko, coronado con una forma de flor que avisan al espectador del estado civil de la mujer que las porta, si es una mujer casada y con descendencia, fértil, su moño portará el color rojo. En cambio, el moño de la hija de Gloria, aún soltera, es de color naranja. El tamaño de las cintas y su grosor confirman esta información: finas para la mujer sin casar, cintas más gruesas para las ya casadas.
fuente https://www.france24.com/es/cultura/20240326-joyas-mapuche-historias-y-biograf%C3%ADas-inmortalizadas-en-plata